Unos días de aventura en Gredos con mi hija de 8 años

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Salir con mi hija de ocho años se ha convertido, además de un placer, en todo un reto para nuestra imaginación. Afortunadamente el gusto que nos une por la vida salvaje y natural nos facilita el camino del descubrimiento de nuevos parajes vedados para otros equipos más cosmopolitas. Así fue que decidimos montarnos en nuestro SUV y adentrarnos en la zona del valle del Tiétar, para disfrutar de una serie de jornadas inmersos en nuestra personal aventura por Gredos.

Gredos

Ascendimos por un camino asfaltado que partía del pueblo de Casillas para llegar a un alto promontorio que separa los valles del Tiétar y de Hiruelas. Aparcamos nuestro vehículo y salimos a disfrutar extasiados del espectáculo que nos ofrecía en todo su esplendor aquel fantástico valle, con su basto y alargado pantano del Burguillo a nuestros pies. A unos pocos cientos de metros, un promontorio rocoso que se alzaba orgulloso y dominante, dio la oportunidad a mi hija de realizar su primera escalada.

Subimos a pie el empinado monte de unos 400 metros. La foto que tomé de su rostro cuando coronamos la cima reflejaba una inmensa felicidad y sensación de triunfo, que permanecerá en nuestro recuerdo para siempre.

La mañana ya se alargaba y las fuerzas energéticas del bocadillo despachado en la cumbre no iban a darnos la suficiente cobertura para otros paseos a pie. Dejamos el descenso al pantano para otra ocasión…

De regreso a nuestra casa en Gredos

Una vez en el coche, iniciamos el descenso de vuelta. Para evitar volver por el mismo camino decidimos navegar por sendas forestales (reconozco que pasado  más de la mitad del trayecto, y ya sin posibilidad real de retorno, llegué a arrepentirme por lo técnico, dificultoso y escarpado de la ruta) para llegar al siguiente destino.

Eran las 15:45 cuando llegamos a vislumbrar Sotillo de La Adrada. Estuvimos la friolera de dos horas por aquellos estrechos y sinuosos caminos de tierra, en los que a menudo había que bajar del coche para medir en que piedra había que colocar la rueda para conseguir la adecuada tracción. La sensación de triunfo, alivio y hambre era de similar intensidad cuando llegamos al restaurante del pueblo.

Pasamos la tarde descansando en La Adrada dónde tenemos una casa de vacaciones. Al día siguiente cogimos la carretera a la Iglesuela y paramos en el cruce del río Tiétar. Allí un antiguo puente romano de vieja piedra nos dio el punto de partida para seguir la vereda del estrecho curso fluvial, regalándonos maravillosas escenas de vida natural entre alargados pinos: tortugas soleándose en las piedras, variadas aves surcando a nuestro alrededor, zarzas silvestres regalando sus rojos frutos. La vida se abría paso por doquier…

Seguimos ruta con el coche hacia La Iglesuela dónde nos esperaba un exquisito cochifrito con ensalada y patatas fritas. Después del helado y el café, tomamos la carretera hacia Piedralaves, donde llegaríamos en unos escasos veinte minutos. Allí continuamos por la carretera forestal que asciende a la presa de La Nieta, parada que nos permitió seguir disfrutando de una tarde fluvial y desenfadada. Esta vez regresamos siguiendo el mismo camino forestal, pero por la carretera que discurre la parte alta de las montañas. Acabamos descendiendo 6 kilómetros por el camino que conduce a La Adrada.

Estas jornadas se repitieron en distintos puntos de la Sierra de Gredos y nos permitieron compartir unas vivencias inolvidables, ahondando en el conocimiento mutuo entre padre e hija, aportándonos vivencias y descubrimientos naturales como cascadas, montañas, ríos y sobre todo…, nuestro sitio secreto, que jamás olvidaremos.

Pero…, continuará.