Los vigilantes del metro no son los ‘Intocables de Elliot Ness’

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vigilantes en el metro

11:00 de la mañana. Juliana Cruz coge el metro con destino a la parada de Alfonso XIII, la más cercana al Registro Civil. Va con su bebé recién nacido en su enorme carrito y con todo el equipamiento necesario para tal aventura. Es imprescindible que realice los actos administrativos pertinentes y su única opción es utilizar el transporte público.

Como buena primeriza le aterra salir con su bebé de apenas un mes de edad. Va con retraso por culpa del hambre repentino de la niña y teme no llegar a la hora acordada.

El primer contratiempo le llega cuando no le dejan hueco en el espacio reservado en el vagón del metro para carritos de niños. Nadie se aparta hasta que una señora mayor (con mayúsculas) reprende a unos maleducados adolescentes para que dejen libre dicho espacio. La señora levanta los ojos al cielo ante la sonrisa de agradecimiento de Juliana y susurra, no tan bajo, «vaya juventud». A ellos les importa un comino y siguen a lo suyo.escaleras mecánicas Metro de Madrid

Segundo inconveniente. Las escaleras mecánicas, gigantescas en esta estación, están estropeadas; algo por lo visto bastante habitual. Hablamos de dos tramos y muchísimos escalones con una pendiente pronunciada. Ante la indiferencia de decenas de pasajeros, inicia la subida del primer tramo con el pesado carrito. Los chavales, y menos chavales, no la ayudan y hacen caso omiso de su precaria situación. Debe ser muy importante lo que miran en el móvil. Supongo que esta indiferencia debe venir de una cierta laxitud en la educación que les han dado. Recuerdo en mis tiempos como me obligaba mi madre a que dejase el asiento a una persona mayor, y con mayor me refiero a más de 30 años, sin rechistar so pena de recibir un sonoro coscorrón.

Juliana continúa su particular escalada al Everest a duras penas. Está aterrorizada por si le flaquean las fuerzas y el bebé pueda caer rodando escaleras abajo. Tal y como me lo cuenta me recuerda la espléndida secuencia cinematográfica de la película de Brian de Palma, Los intocables de Elliot Ness, cuando el carrito desciende sin control por las escaleras en la estación de tren de Chicago (Union Station) en medio de un fuego cruzado entre policías y los mafiosos de Al Capone. En el último momento, y desde el suelo, el agente Stone (Andy García) para el carrito del niño, mientras simultáneamente dispara un tiro a un malhechor. Todo sale bien.

Así se debió sentir nuestra protagonista cuando al inicio del segundo tramo se encontró con un grupo de apuestos vigilantes que charlaban entre ellos amigablemente,  alabándose mutuamente sus desarrollados músculos que pugnaban por salir de sus ceñidas camisas del uniforme. «¡Hola Chicos! ¡ Que bien que os encuentro! ¿Podrías ser tan amables de ayudarme a subir las escaleras, por favor?», dijo ingenuamente Juliana. Los  cachas la miraron con displicencia y contestaron casi al unísono: «Lo sentimos. Lo tenemos totalmente prohibido». Y sin perder ni un segundo de más continuaron hablando de las últimas técnicas en sentadillas para mejorar el aspecto de sus glúteos. «Estos son los hombres de hoy en día», pensó indignada.

No le quedó más remedio que empezar la conquista del segundo tramo. Afortunadamente, cuando las fuerzas le empezaron a fallar, una señora de mediana edad le dio el impulso necesario para llegar a la cima.

No sabemos si los empleados de la empresa de seguridad Trablisa, que tienen asignada la vigilancia de la línea 4 del metro, tienen orden explícita de no ayudar a los pasajeros con problemas, dígase enfermos, discapacitados, mujeres embarazadas o con bebés. Tampoco si en caso de una deficiencia del servicio, el contrato jugoso (41 millones de euros anuales) que dicha empresa obtuvo a principios de 2018 para vigilar tres líneas de metro, contempla la asistencia o emergencia a los pasajeros. En realidad no sabemos para que están dichos vigilantes, ya que por todos es sabido su inoperancia ante los carteristas y gamberros, salvo, claro está, para poner multas a los ciudadanos que o se han colado o han perdido el billete.

En fin Juliana, no te hagas sangre; lo que tienes que tener muy claro es que los vigilantes de metro no son, ni mucho menos, los Intocables de Elliot Ness. Son unos simples mierdecillas a los que probablemente no les admitieron ni para policías municipales de su pueblo. Eso, o lo que sería peor, ¿es verdad  que tienen orden directa de la Comunidad de Madrid de no ayudar a los pasajeros? En cualquier caso, y si se tiene cierta humanidad,  las normas y protocolos son algo secundario. Que alguien lo aclare.

Chema Rodríguez