«Mi hijo es hiperactivo… ¿o no?

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mi hijo hiperactivo

“No para”, “no presta atención, va a su bola”, “¿qué le ocurre a este niño que no está quieto un minuto?”. Son frases que habéis pronunciado o habéis oído de boca de otros padres. Es difícil saber qué pasa por la cabeza de un niño cuando tiene este tipo de actitudes. No siempre hay que alarmarse; quizás muchas veces se trata de lo que denominamos ‘niños demasiado despiertos’ y algo revoltosillos. Pero, ¿cómo se detecta cuándo las travesuras o trastadas se convierten en algo compulsivo, en movimientos repetitivos y que, en ocasiones, van acompañados de falta de atención?

Cómo reconocer los síntomas

No somos nosotros los indicados para decíroslo, pero sí lo son los especialistas. Hay síntomas que, según la Federación Española de Asociaciones de Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad (FEAADAH), pueden poneros sobre la pista. La Federación, creada en 2002, aúna asociaciones sin ánimo de lucro que se dedican a promover el Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) y a colaborar en distintas áreas de atención social, educativas y científicas.

Desde allí, transmiten, por ejemplo, que estas reacciones se consideran normales hasta que los peques pasan de la educación infantil a la primaria. Pero, a partir de entonces, si se manifiestan más intensas, se producen en más de un lugar (colegio, parque, casa…) y se prolongan más de seis meses, los padres debéis prestar especial atención y asesoraos con un especialista.

Hiperactividad en los niños

La hiperactividad puede tener muchas causas y no siempre va acompañada de déficit de atención. Otros signos que os pueden poner sobre la pista de la hiperactividad es que vuestros hijos interrumpan constantemente vuestras conversaciones o acciones, no puedan permanecer sentados sin cambiar frecuentemente de postura, corran o salten en situaciones no apropiadas, hablen demasiado y todos los juegos les aburran al rato de iniciarlos.

Por otro lado, el déficit de atención se suele detectar cuando no parecen escuchar, tienen dificultad en mantener una tarea, no quieren comprometerse en situaciones que requieren esfuerzo mental, se ‘pierden’ en la organización de sus deberes o cometidos y pierden las herramientas destinadas a ellos. Y, en definitiva, son poco disciplinados y desvían constantemente el foco de atención.

«Hay que estudiar la historia y entorno del niño»

Para aclararnos y aclararos, nos hemos puesto en contacto con la psicóloga clínica Ángela Maurín (*). La especialista señala que, muchas veces, la escolarización precoz puede llevar a confusión. “Hay niños –señala- que a los 3 años ya están sentados a un pupitre y es normal que sean inquietos. Hay que transmitirles tranquilidad, pero a esa edad no es tan fácil. A partir de los 4 años ya hay que observar estas actitudes con más detenimiento. Los síntomas más claros es que no se centran y, sobre todo, que pasan constantemente de una actividad a otra, llaman la atención continuamente y todo les cansa”.

déficit de atención

La psicóloga recuerda una experiencia vivida cuando trabajaba en el Área de Psiquiatría Infantil del Hospital La Paz, de Madrid, y que resultó muy ilustrativa para su trabajo posterior con estos niños. “Atendí a un niño de 8 años bilingüe en español y alemán, hijo de alemanes –cuenta Ángela Maurín-. El pequeño se levantaba y sentaba cada pocos segundos. A mis preguntas respondía a veces en lengua alemana y entonces hablé con su padre para que me tradujese sus frases. Él me contó que la madre del niño padecía un cáncer terminal y vivía en Alemania. Entonces entendí lo que le pasaba al pequeño, que probablemente no iba a poder despedirse de ella”. Ese es uno de los motivos para que Maurín de tanta importancia a lo que ella denomina ‘historia y entorno’, porque hay que conocer las causas. Y los síntomas no son iguales en todos los niños.

Por otro lado, la psicóloga señala que con la llegada de nuevas tecnologías muchas veces la actividad es más compulsiva. “Y, sobre todo –aclara- tiene mucho que ver la inmediatez de la que disponen para conseguir o ver algo; tienen esa necesidad de no esperar. Los adultos teníamos que esperar, por ejemplo, para ver un episodio de nuestra serie televisiva favorita una semana. Ahora todo es posible en menos tiempo. Es uno de los motivos por los que no hay que poner nombre a todo sin conocer el entorno, ya que los adultos también tenemos dificultades y, salvo excepciones, el principal síntoma de la hiperactividad está en la familia. Por eso insisto en qué hay que conocer el entorno y también hay que poner límites”.

(*) Ángela Maurín es psicóloga clínica, especialista en trastornos de hiperactividad infantil. Teléfono consulta: 637 84 76 69.