La tía, el hada madrina de la familia

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hada madrina

Carmen, Mercedes, Luisa, Marga, Pilar, Lola… o Soraya, Ainhoa, Candela, Patricia… Da igual la edad, la época o la situación social para definir una figura clave, importantísima en cada familia: la tía. Puede ser una o varias (hermana del padre, de la madre, prima en línea directa de uno de ellos, tía de los progenitores, concuñada…) y, por eso, tías podemos ser todas. Este papel familiar es fundamental en el desarrollo de los menores. Cercana generacionalmente a la madre, marca otro tipo de normas, abre un camino distinto al diálogo y se puede convertir en confidente. Es, además, un apoyo básico para los padres; las tías comparten aficiones con los pequeños, asisten con ellos a sus competiciones deportivas o sus participaciones creativas o artísticas.

Dos de mis tías, hermanas, decidieron que las personas que pasaron por su vida para compartirla no eran las indicadas y optaron por compartir la de ellas… y la nuestra. Nos educaron en la alegría. No hacían falta muchos regalos –que los hacían- para que nos sintiésemos atraídos por ellas; los regalos fueron sus enseñanzas, sus consejos, su cariño. Nos llevaron al cine, al teatro, a parques y circos. Con ellas, en su casa, escuchamos zarzuela –me sé de memoria El Caserío y La canción del olvido- y ópera. Pero, sobre todo, paralelamente al mundo de mi madre, ellas –siempre de acuerdo con su hermana- nos abrieron otro mundo compatible con el de nuestros padres y abuelos.

Interés y cariño mutuos

Uno de mis sobrinos, ya mayor, me pide a veces consejo. Me hace gracia porque es él quien me da lecciones de fuerza de voluntad, constancia y ánimo. Los cariños son recíprocos. Hay otras tías, hermanas de mis amigas madres, que se han volcado en la vida de sus sobrinos; han sido maravillosas compañeras de viajes, guías de museos, descubridoras del mundo gastronómico y, a cambio, los chicos también les han descubierto cosas (contado por ellas mismas). Estas mujeres tienen o no pareja y no han tenido o han decidido no tener hijos, o simplemente –como mis tías-, han llegado a la conclusión de que su vida iba por otros derroteros. Egoísmo, cero, porque su cariño lo han volcado en los que fueron o son niños.

La figura de confianza que ejercen es, según psicólogos y docentes, fundamental. En la vida hay que sumar –especialmente cariño- y no restar. No hay asociaciones familiares que acojan su trabajo y su papel en el núcleo familiar, el de poner oídos, cuidados, juegos y consejos en la vida de sus sobrinos; no importa, está más que reconocido.

Las tías no son sus amigas adultas ni sus segundas madres, pero sí alguien muy especial, intermediarias únicas en la vida familiar, pacificadoras en rabietas de los más pequeños y consoladoras y consejeras en los problemillas de los preadolescentes. También ocurre con los tíos, claro, pero –creo no equivocarme- la figura femenina en este caso ejerce menos autoridad y ofrece más confianza. No se trata de discriminar el papel de ellos, que son estupendos compañeros de juegos y buenos guías, pero las hadas madrinas, que sí que existen fuera de los cuentos, tienen nombre de mujer. Un aplauso de reconocimiento para ellas; las que estuvieron y las que están.

Begoña Castellanos